Este es el primer prólogo, lo hice hace casi dos años:
¿Estaría viviendo
una ilusión? Una desolación le inundó el interior, acompañada por un poco de
agua salada, mientras lo rodeaba de una paz y una tranquilidad inquietantes. El
Sol le golpeó duramente en la cara a la vez que las silenciosas olas del mar lo
elevaban.
¿Cómo había llegado al medio del
mar? Flotando y agitando las manos como si no hubiera mañana, quebrantando la
serenidad del océano, contempló su alrededor y no vio más que el agua
cristalina que lo abrazaba. Con el sabor de la sal se mezcló el de la sangre,
su propia sangre. Al notar la herida que atravesaba su sien, sus pensamientos
se tiñeron de rojo y se nublaron.
El cielo le sonreía con malicia cuando un
ruido mecánico ahogó el Pacífico. A pesar del dolor, Cyriano se sintió aliviado
al ver aquella lancha motora dirigiéndose a él, con aquellos hombres de negro
mirándole a través de las máscaras. Pronto, los recuerdos le inundaron: él,
viajando con su tutora Corentina en un pequeño barco. Él, cayendo al suelo tras
un movimiento brusco. Él, siendo apuntado por una pistola y golpeado por un
garrote. Él, tratando de escapar resbalando con los charcos de sangre y
derrumbándose tras la borda. Los secuestradores de negro le agarraron el pelo y
lo subieron a la lancha con violencia; un torrente de voces le espetó cosas sin
sentido que él no entendió. Solo una de esas voces denotaba preocupación: una
chica de pelo rizado y negro le acariciaba las mejillas, preguntándole cosas
que su cerebro tampoco alcanzó a comprender. De pronto, el rostro moreno de la
muchacha se tornó de rojo y Cyriano volvió a perder el conocimiento.
Ahora, he aquí el otro, que terminé hace unos minutos:
¿Estaría viviendo una ilusión? El
agua marina irrumpió en su interior como un torbellino, furioso y salado,
dispuesto a ahogar el menor atisbo de vida en su cuerpo. Los rayos del sol pretendían incrustarse en
el rostro de Cyriano, atravesarlo y acabar así con su agonía.
El
mar abría sus fauces y, con un mortífero bostezo, engullía al muchacho para
después vomitarlo. Abrió la boca para rescatar un poco de oxígeno, pero se
atragantó con su propia sangre y el agua salada. La sangrienta herida le
palpitaba como si un unísono de tambores le martilleara en la cabeza, unos tambores que anunciaban su
final.
Cyriano
luchaba con todas sus ganas para mantenerse a flote, combatiendo contra la fuerza
del mismísimo océano. A su alrededor, la serenidad del mar entonaba una apacible
melodía, tan plácida y pacífica que ni siquiera los jadeos del joven podían quebrantar
tal sinfonía rítmica. Era una tranquilidad engañosa. Una paz mortal.
¿Cómo
había llegado al medio del mar? Recordaba el cielo sonriéndole con malicia
mientras paseaba por la cubierta de un crucero. De pronto, unas sombras
asaltaron sus recuerdos, como si se hubiesen introducido en la herida de su
sien: esas figuras oscuras, vestidas de negro y con unas gruesas mazas,
sembraban el terror por toda la embarcación. Cyriano se vio a él mismo, enfrentándose
a una de esas siniestras siluetas, y cayendo al templado océano tras recibir un
buen golpe en la cabeza.
Cuando
sus ojos estuvieron a punto de cerrarse definitivamente, un estruendo metálico
le apuñaló los oídos. Era el mar. Se reía de él. Se regocijaba al ver que su
nueva víctima estaba al término de su vida, una vida que había sido inservible,
que no había tenido ninguna utilidad para la sociedad. Su mayor temor se estaba
cumpliendo: perecer sin haber llegado a ser alguien.
Si
Cyriano hubiese estado despierto durante unos segundos más, se habría dado
cuenta de que no eran las carcajadas del océano quien provocaba tal sonido,
sino la lancha motora que se acercaba a él. De un extremo de la lancha surgió
una mano negra, que extendió sus dedos hasta sostener el antebrazo inerte de
Cyriano. Lo levantó y lo posó en uno de los asientos.
Si
hubiese seguido despierto, habría visto a aquella chica de flequillo rizado,
escupiendo su nombre entre sollozo. Habría visto el verdadero temor en sus
ojos, y habría oído el auxilio que rogaba.
Sin
embargo, el mar permaneció impasible, inmune a los gritos de la muchacha,
inmutable a la lancha que ahora acuchillaba sus aguas para dirigirse a una isla
rodeada por una cúpula que había aparecido en el horizonte; las aguas no
ofrecieron su socorro.
¡Espero vuestra respuesta!
Shao bacalao salao.
No es que tenga alguna credibilidad para dar opiniones sobre prólogos pero me gusta mas el segundo.
ResponderEliminarNo los mires como prólogos pues, sino como fragmentos xD
EliminarGraciaaaaas, la verdad el segundo me salió un poquito más profundo x3